martes, 29 de noviembre de 2011

Soplan aires de cambio...




Cada vez que vuelvo a casa a visitar a mi familia y mis amigos, lo que más me sorprende no es lo mucho que ha cambiado todo, los edificios nuevos, las familias que crecen o los que se han ido. No, lo que me sigue sorprendiendo, una y otra vez, es la gente que sigue igual. La tiendecita de la esquina, en la que llevan trabajando tres generaciones de la misma familia. Los amigos que se reúnen en la misma cafetería de siempre. Los numerosos miembros de mi familia que viven, no ya en la misma ciudad, sino casi en el mismo barrio.

Yo siempre he sido un bicho raro.

La rutina me agobia. Una vida tranquila y predecible en el mismo pueblo, ciudad, o hasta país, sería, para mí, como una condena. Incluso la ciencia, que ha sido mi vocación desde muy chiquitita, ha perdido algo de su lustre tras varios años dedicándome a ella. Así que lo he decidido: me vuelvo a la universidad, quiero convertirme en comadrona. Mi cabeza necesita aprender cosas nuevas; mi entusiasmo, una nueva vocación; mi corazón, sorprendentemente, sigue ocupado por Él, que ha conseguido establecerse en mi vida y convertirse en una de esas constantes que una mente inquieta nunca cuestiona, como el aire, el agua o el cielo. Más me vale, porque Él será el hombro sobre el que me apoye, y el soporte económico que voy a necesitar durante los siguientes tres años, en los que esta "profesional" se convertirá de nuevo en estudiante.

Y Nueva Zelanda, ¿qué puedo decir de ella? ¿Cómo resumir este pequeño y aislado país para alguien que no lo conoce? Aotearoa, o "la Tierra de la Nube Blanca", me ha dado muchas cosas durante los últimos casi 6 años que he sido su huésped. Muchas cosas buenas, y un puñado de malas... La peor, una serie de terremotos que ha asolado mi querida ciudad, la Ciudad de los Jardines, que es ahora la Ciudad de los Escombros. Pero resurgirá, con mi ayuda y la de todos los que nos negamos a abandonarla. ¿La mejor? Uy, hay tantas cosas donde elegir... Nueva Zelanda me ha dado aventuras, paisajes espectaculares, me ha recibido con los brazos abiertos y desarmado con su sencillez y su naturalidad. Me ha dado amistades de todo el mundo, me ha enriquecido con su mezcla de gentes y culturas. Y me ha dado a Él. Sólo por eso ya habría merecido la pena.

Pero basta de discursos... esto pretendía únicamente ser una presentación. De Nueva Zelanda, universidades, comadronas, y demás, tendréis oportunidades de sobra para aprender en las próximas semanas y meses, si me hacéis el honor de visitar mi casa de cuando en cuando. Así que pasad... ¡Bienvenidos! Hay café en la cafetera, galletas hechas en casa, y la historia está a punto de comenzar. Poneos cómodos.

Ya llega la cigüeña...